Varios pueblos y ciudades han emitido ordenanzas que prohíben morir en su territorio. Las razones van desde el simbolismo religioso hasta la crisis funeraria.
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Aunque parezca una paradoja, en varios lugares del mundo morir no está permitido. Ya sea por causas ecológicas, religiosas o logísticas, autoridades han decretado normativas simbólicas o reales que impiden a sus ciudadanos fallecer dentro del territorio.
El caso más conocido ocurrió en Biritiba-Mirim, Brasil, en 2005. Allí, el entonces alcalde Roberto Pereira propuso una ley para prohibir la muerte. El cementerio local estaba colapsado y las regulaciones nacionales impedían construir uno nuevo. Aunque la propuesta fue declarada inconstitucional, sirvió como protesta para visibilizar la crisis funeraria de la ciudad.
En Longyearbyen, Noruega, el decreto sí tiene base científica. Desde 1950 se prohíbe morir en este territorio ártico debido al permafrost, una capa de hielo permanente que impide la descomposición de los cadáveres. Para evitar riesgos sanitarios, quienes están en estado crítico deben ser trasladados a tierra firme.
Otra ciudad que adoptó medidas similares fue Sellia, en Italia, en 2015. Allí se prohibió morir como parte de un esfuerzo por combatir el envejecimiento poblacional. Con más del 60% de sus habitantes mayores de 75 años, el alcalde impuso la obligación de realizarse un chequeo médico anual y mantener un estilo de vida saludable.
Una ordenanza similar fue emitida en Falciano del Massico, también en Italia, en 2012. Su cementerio colapsó, y como protesta, el alcalde Giulio Cesare Fava dictó una norma que, con humor y protesta política, prohibía a los residentes «trascender a la otra vida». La medida, aunque simbólica, evidenció la falta de infraestructuras y presupuesto municipal.
La Isla Itsukushima, en Japón, mantiene una prohibición más antigua y espiritual. Desde 1868 no se permiten nacimientos ni muertes. Considerada sagrada por sus templos sintoístas y declarada Patrimonio de la Humanidad, esta isla busca preservar su pureza. Por ello, no hay hospitales ni cementerios, y cualquier persona en riesgo de morir o dar a luz debe abandonar la isla.
Aunque parecen surrealistas, estas prohibiciones muestran realidades urbanas y rurales donde los límites entre lo legal, lo simbólico y lo espiritual se difuminan. En muchos casos, las autoridades utilizan el recurso de la “prohibición de la muerte” como estrategia mediática para llamar la atención sobre problemas estructurales.
“No se trataba de una medida realista, sino de una provocación institucional”, afirmó Pereira, exalcalde brasileño, al justificar su decisión. “Necesitábamos que alguien nos escuchara”.
El fenómeno, aunque anecdótico, refleja los desafíos contemporáneos de los sistemas funerarios: saturación de cementerios, envejecimiento poblacional, restricciones medioambientales y, en algunos casos, creencias ancestrales.