Especial. – En 2016, Canadá aprobó una ley que permite a los adultos con enfermedades graves, incurables e irreversibles solicitar asistencia médica para morir. A partir de entonces, la doctora Stefanie Green dejó de traer bebés al mundo para ayudar a morir a quienes sufrían demasiado como para seguir vivos.
El giro fue tan radical como necesario. Green pasó de ser obstetra a pionera en la muerte asistida en Canadá, convirtiéndose en una de las primeras doctoras en acompañar el final de la vida de manera legal, compasiva y profundamente humana. Desde entonces, ha asistido más de 300 muertes.
«No ayudamos a morir, ayudamos a aliviar el sufrimiento»
“No ayudamos a morir. Ayudamos a aliviar el sufrimiento”, afirma Green, quien asegura que su trabajo no es sobre la muerte, sino sobre cómo vivir hasta el final con dignidad, paz y libertad.
Durante años, esta médica canadiense ha defendido el derecho a morir bien. Para ella, la eutanasia legal no se trata de rendirse, sino de respetar el deseo de quienes, enfrentados a enfermedades terminales o condiciones insoportables, eligen no prolongar un dolor sin sentido.
En su libro This Is Assisted Dying (Esto es muerte asistida), Stefanie Green relata cómo llegó a esta práctica y cómo ha sido para ella estar presente en el momento más íntimo y trascendental de sus pacientes. Lejos del tabú y el horror, narra escenas de amor, aceptación y hasta alivio. De hecho, muchos de sus pacientes mueren con una sonrisa en el rostro.
El dilema ético y la libertad de elegir
A pesar de que en Canadá el suicidio asistido es legal y está regulado por la ley, el tema sigue siendo polémico. Hay quienes lo consideran una forma de asesinato disfrazado. Otros lo ven como el último acto de autonomía.
Green sostiene que no todos están destinados a morir con dolor. Que morir puede ser tan digno como nacer, si se hace con cuidado, respeto y consentimiento.
“No hacemos esto por desesperación. Lo hacemos por amor”, explica.
También ha señalado que no se trata de una salida fácil ni de una decisión impulsiva. Quienes solicitan asistencia médica para morir deben cumplir requisitos muy estrictos, pasar evaluaciones médicas rigurosas y confirmar repetidamente su deseo de morir.
Morir puede ser un acto de amor
Hay una escena que Stefanie Green recuerda con especial nitidez. Una mujer joven, madre de dos hijos, con esclerosis múltiple avanzada, pidió morir en su hogar, rodeada de sus seres queridos. Mientras la doctora le administraba la medicación letal, sus hijos le cantaban su canción favorita. Murió con una sonrisa en el rostro.
Este tipo de experiencias han hecho que Green vea la muerte no como un fracaso de la medicina, sino como una parte natural de la vida. Acompañar a morir, dice, puede ser un acto médico, ético y, sobre todo, profundamente humano.
En un mundo donde hablar de la muerte sigue siendo incómodo, la doctora Stefanie Green abre una conversación necesaria: ¿y si morir bien también fuera un derecho?
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